
¿Te has mirado al espejo y has sentido que no encajas?
“Esto ya no se lleva… me sobra de aquí, me falta de allá… cuando consiga mi peso ideal, seré feliz.”
Si alguna vez has pensado esto, no estás sola. Durante décadas, la sociedad nos ha hecho perseguir cuerpos que ni siquiera existen —filtrados, editados, fabricados— y lo peor es que lo hacemos sin darnos cuenta.
Hoy voy a mostrarte cómo la moda ha manipulado tu relación con tu cuerpo, cómo esto influye en tu forma de comer, y cómo puedes recuperar una relación amorosa y consciente contigo misma.
La metáfora de la casa: tu cuerpo no es una tendencia
Imagina que tu cuerpo fuera una casa. Durante años la has estado redecorando según lo que marcan las revistas. Un año paredes blancas, otro tonos tierra, luego minimalista, luego maximalista. Y en cada cambio… un poco más de desconexión con lo que tú realmente querías.
Así funciona la moda corporal. No busca salud, busca tendencia. Tu cuerpo se convierte en un lienzo donde otros pintan sus modas.
1. La historia de las modas corporales: un juego de espejos rotos
Desde principios del siglo XX, los “cuerpos ideales” han cambiado como si fueran colecciones de temporada. Es como si la sociedad jugara a cambiar las reglas del juego cada década… y tú siguieras corriendo detrás de una meta que se mueve sin parar.
Línea del tiempo:
1910: Cintura diminuta y caderas anchas, el famoso estilo “Gibson Girl”. Las mujeres se apretaban en corsés hasta no poder respirar.
1920: Cuerpo andrógino, sin curvas. De pronto, lo que ayer era bello ya no servía.
1950: Curvas voluptuosas tipo Marilyn Monroe. El péndulo volvió a moverse.
1960-70: Extrema delgadez. El modelo Twiggy marcó una era donde “menos es más”.
1990: “Heroin chic”, cuerpos pálidos y demacrados. La delgadez llegó a su punto más peligroso.
2010: Curvas imposibles tipo Kardashian. Había que ser delgada… pero con curvas en lugares específicos.
2020 en adelante: Vuelve lo “fit delgado y filtrado”: abdomen marcado, pero sonrisa perfecta en Instagram.
¿Ves el patrón? No son ideales de salud. Son negocios. Cada década la industria cambia el modelo… y tú cambias de dieta, de ropa, de crema, de meta.
Es como perseguir sombras al atardecer: cuanto más corres hacia ellas, más se alejan.
2. La industria que se alimenta de tu inseguridad
El mercado de la belleza genera cientos de miles de millones de dólares al año en el mundo, y sigue creciendo. Piénsalo: cuanto más insegura te sientes, más gastas.
La industria de la belleza y las dietas no vende productos: vende la ilusión de que serás amada cuando seas perfecta.
Es como vender mapas del tesoro… pero el tesoro nunca existió.
El papel de las redes sociales:
Cada red social se alimenta de esa inseguridad: te compara, te filtra y te recuerda constantemente lo que “deberías” ser. Hay estudios que muestran que el uso frecuente de Instagram se relaciona con más insatisfacción corporal y menor autoestima, sobre todo en mujeres.
Las redes sociales son como espejos de feria: distorsionan tu imagen hasta que ya no reconoces tu propia belleza.
Pero la verdad es que tu cuerpo no necesita aprobación externa. Tu cuerpo necesita tu atención, tu escucha, tu amor.
3. El vacío emocional disfrazado de hambre
La moda cambia fuera, pero el vacío sigue dentro. Nos distraen del hambre emocional. Nos empujan a buscar fuera lo que solo se calma dentro.
Cuando la mente está vacía de propósito y el corazón está desconectado, el cuerpo se convierte en campo de batalla.
Es como intentar llenar un pozo sin fondo con cubos de agua: nunca será suficiente.
Y ahí es donde empezamos a usar la comida como refugio, como anestesia o como entretenimiento.
El ciclo negativo: comparación, culpa y comida
Te comparas. Te sientes culpable. Buscas compensar.
Y muchas veces lo haces con la comida.
No porque tengas hambre, sino porque necesitas llenar algo.
Un silencio, una emoción, un cansancio que nadie ve.
Lo que muestran los datos:
Entre el 60% y el 70% de las personas comen sin tener hambre real, por estrés, aburrimiento o costumbre.
Muchas personas comen para calmar el estrés o la ansiedad.
A esto se le llama “comer en ausencia de hambre”.
Y claro, si no tienes hambre y comes, no estás alimentando al cuerpo… estás intentando alimentar al alma.
El cuerpo tiene reservas suficientes —incluso podría sobrevivir semanas sin comer si se mantiene hidratado—.
De hecho, hay casos documentados como el de Angus Barbieri, un hombre que ayunó durante 382 días bajo control médico en 1965.
No se trata de repetir su hazaña, sino de comprender que muchas veces comemos por motivos que no son físicos.
Reflexión profunda: ¿para qué comes?
Tu cuerpo no es un escaparate. Es un reflejo de tu mundo interior.
No importa tanto tu físico, siempre que esto no afecte a tu salud.
Lo que realmente importa es la relación que tienes contigo misma y la forma en que usas la comida dentro de esa relación.
Pregúntate:
¿Hay cierto tipo de adicción en mi relación con la comida?
¿Me paso el día comiendo?
¿Cuántas veces como al día?
¿Utilizo la comida para nutrirme o para entretenerme?
Está bien hacerlo a veces, claro. Todos buscamos consuelo en algo.
Pero, ¿qué pasa cuando se convierte en la única forma de gestionar tus emociones, tu estrés o tu aburrimiento?
Cuando comes por aburrimiento, el cuerpo recibe comida… pero el alma sigue vacía.
Es como intentar llenar una bañera con el tapón quitado: cuanto más metes, más se escapa.
Todas tenemos adicciones
Al trabajo, al móvil, al control, al perfeccionismo, al ejercicio…
Pero toda adicción —incluso la que parece “buena”— es una manera de escapar de lo que duele mirar.
Y cuando escapas de tu vida, también escapas de ti.
Entonces, si no tienes hambre y comes, tal vez lo que necesites no sea comida, sino presencia, ternura o descanso.
La comida tapa muchas emociones, pero no las resuelve.
Solo las deja en pausa, esperando a que te atrevas a sentirlas.
Tu cuerpo vino a ser habitado, no admirado
Tu cuerpo no necesita modas, necesita verdad.
No quiere que lo arregles, quiere que lo escuches.
No vino aquí a ser admirado, vino a ser habitado.
Cuando lo miras con amor y le das espacio para ser, algo cambia:
Tu respiración se vuelve más lenta.
Tu mente deja de compararse.
Tu hambre se vuelve real, no emocional.
Y lo que antes era lucha… se convierte en alianza.
El cuerpo no es tu enemigo. Es el mensajero más honesto que tienes.
Te habla con síntomas, con cansancio, con hambre, con placer.
Y si aprendes a escucharlo, te devuelve algo que ninguna moda puede darte: paz.
El mensaje final
La próxima vez que te mires al espejo, no busques errores. Busca señales.
Mira la historia que cuenta tu cuerpo: sus batallas, sus abrazos, sus memorias.
Y en ese momento, puedes decirte con cariño:
“Estoy aprendiendo a vivir en mí.
No para encajar fuera, sino para sentirme en casa por dentro.”
¿Lista para transformar tu relación con la comida?
Si este artículo te ha resonado y quieres profundizar en tu proceso, te invito a descubrir LiberaDiet, mi programa donde trabajamos la reprogramación mental y emocional para que recuperes tu libertad con la comida y contigo misma.
Pequeños cambios en tu estado de consciencia crean grandes transformaciones en tu vida.
Sobre Caty Buades: Coach nutricional especializada en reprogramación mental y emocional.
Creadora de LiberaDiet, un programa de transformación para mujeres de más de 40 que quieren liberarse de las dietas y recuperar su relación con la comida desde el amor propio.
🎥 Te invito a ver el video donde profundizo en este tema:
Y si quieres empezar un cambio real desde dentro, estoy aquí para acompañarte.
💜 Escríbeme, y caminamos juntas.
Y si quieres más información sobre los programas liberadiet y como pueden transformar tu relación con la comida, tu cuerpo y tu vida pincha este botón y descubre un nuevo camino.


Deja una respuesta